Análisis de la campaña europea (I): Entre la desconfianza y el cabreo

ELECCIONES_EUROPEASEn una campaña como la que acaba de arrancar, la información política suele provenir de las partes interesadas, sean los propios partidos o bien los medios de comunicación comprometidos con unas ideas determinadas. Todo ello dificulta el seguimiento de las elecciones y nos lleva a recordar la teoría de la reflexividad del inversor George Soros: cuando los observadores de un proceso participan en el mismo, acaban influyendo en el resultado final de tal manera que la causa y el efecto terminan por afectarse mutuamente.

Frente a esas informaciones habitualmente sesgadas, aquí abordaremos la campaña con un sistema de seguimiento que tiene como objetivo informar y opinar, pero también prever e intuir los resultados. Por supuesto, el método puede tener desviaciones, pero nuestro deseo es eliminar la parcialidad o al menos reducirla.

A lo largo de la campaña repasaremos los distintos aspectos de la misma, con el objetivo de ayudar a entender mejor unas elecciones que servirán como ensayo para las municipales, autonómicas y generales de 2015.

A. La demanda:

Comencemos este análisis echando un vistazo a la situación del electorado. Los españoles, escépticos ante una recuperación económica que todavía no ha llegado a sus hogares y cabreados con una clase política a la que observan con una mezcla de desengaño y envidia, acudirán a las urnas el día 25 (o dejarán de hacerlo) sin demasiados motivos para la celebración.

Mariano Rajoy llega a la cita como el presidente peor valorado de la democracia. Según el barómetro del CIS de abril, los ciudadanos le dan una nota de 2,29, frente al 4,79 con el que desembarcó en La Moncloa y también por debajo del 3,06 con el que José Luis Rodríguez Zapatero abandonó el poder. Pero el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, tampoco puede alegrarse mucho: a él le ponen un 2,93. Algo mejor les va a Cayo Lara (3,39) y Rosa Díez (3,88), aunque tampoco ellos alcanzan el aprobado.

Más allá del suspenso generalizado, lo más grave de los números del CIS es que el 86% dice tener “poca” o “ninguna” confianza en Rajoy. Y en el caso de Rubalcaba, la cifra se dispara hasta el 90%. ¡Qué situación la de un país en el que no se confía ni en el presidente del Gobierno ni en el jefe de la oposición!

En este contexto, es de esperar que la participación sea baja, seguramente inferior al 50% como ya ocurrió en las europeas de 2004 y 2009, e incluso podría rondar el 40% según las previsiones más negativas. También sería comprensible que los votos en blanco y nulos se hicieran notar, como una forma de mostrar el descontento generalizado. En las últimas europeas llegaron al 2%.

B. La oferta:

Frente a las demandas de los ciudadanos enfadados y desencantados con los políticos, veamos cuál es la oferta de los principales partidos de cara a la próxima cita con las urnas.

En primer lugar, los que gobiernan. Después de dos años y medio en el poder, el PP ya no puede conformarse con el discurso de la herencia recibida. Necesita vender un discurso positivo que avale su gestión, y ahí entran en juego los mensajes sobre los primeros brotes verdes de la recuperación económica. La formación que preside Rajoy anima a los suyos a movilizarse para llegar los primeros a la meta, aunque sólo sea por un voto.

El PSOE, por su parte, critica la pérdida de derechos sociales durante el mandato popular y lucha contra la idea de que los dos grandes partidos son iguales. Rubalcaba, a través de su número dos, aspira a frenar el voto de castigo que ya golpeó duramente a los socialistas en las generales de 2011.

A su izquierda, IU se centra en el sufrimiento de los ciudadanos frente a los poderosos —representados por la troika— y ofrece un discurso alternativo al bipartidismo. Habrá que ver si los ciudadanos se dejan seducir por esa oferta, como apuntan los sondeos, o si finalmente optan por el llamado “voto útil”.

En cuanto a los nacionalistas catalanes, parece claro que tanto la oferta como la demanda girarán en torno a la independencia, un debate que ha marcado la agenda política y social durante toda la presente legislatura. Al igual que en el resto del país, los asuntos de la Unión Europea ocuparán previsiblemente un papel secundario en la campaña electoral.